Malatesta nunca se preocupó por su saber, pues era el más reconocido de los herreros de la región y eso hacía próspero su negocio. Tampoco se preocupó cuando pasó el primer carro por la vía…De todas maneras siguió su negocio de herraduras.
Ocupado todo el día
en atender caballos, no se dio cuenta que el camino empedrado y polvoriento,
fue reemplazado por una vía asfáltica de pavimento y los caballos perdían el
rumbo hasta desaparecer, dejando el espacio a los carros que ahora pasaban muy
veloces.
Malatesta,
sigue ocupado en sus pensamientos de herrero magnífico. Y sin darme cuenta del
cambio, pasaba días y horas herrando caballos imaginarios; mientras circulaban
caravanas enteras de vehículos.
El negocio se vino a
pique, escasearon los alimentos. La pobreza agarró a mordiscos la casa y acabó
con los harapos de Malatesta. El jamás supo explicar la razón por la cual,
durante días y horas esperó la llegada de los caballos y jinetes que contaban
historias; sin que esto jamás ocurriera.
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